Los resultados de las PASO 2021 resultaron sorprendentes para la mayoría, generando desazón, entusiasmo o indiferencia según el lugar ocupado en el espectro político. El clima “light” inmediatamente anterior, que se cristalizó en spots publicitarios banales y “divertidos”; nos hizo olvidar momentáneamente la tragedia y el trauma atravesados por nuestra sociedad, en términos sanitarios, humanos y económicos. El voto rechazo al oficialismo, el ausentismo y el crecimiento de las opciones de derecha, nos recordaron rápidamente en qué condiciones se estaba dando -de manera llamativamente “normales”- el proceso electoral en curso.

Y fue allí donde dejamos de sorprendernos. El voto rechazo al oficialismo se trató de un fenómeno global. La relativamente exitosa campaña de vacunación no logró concitar las ganas de ir a votar ni de hacerlo por el gobierno. La desorganización de la vida cotidiana -caballito de batalla para cuestionar al gobierno anterior- pareció haber sido generada no sólo por una amenaza externa como un virus, sino por las medidas dispuestas por el gobierno nacional para contenerlo.

Quizás fue sorprendente el mantenimiento de la coalición de Juntos por el Cambio una vez fuera del poder, consolidándose como una oposición con una presencia territorial nacional -algo que sin embargo ya había mostrado en las legislativas de 2017.

Razones para cierto optimismo

Los ciudadanos de todas las provincias canalizaron su descontento votando a una fuerza política rechazada en las urnas hace dos años. La consolidación de una fuerza nacional de oposición, constituye -más allá de las preferencias electorales de cada uno- una razón para ser optimistas, en cuanto a la capacidad de nuestro sistema representativo para albergar diversidad y opciones políticas; a la cual debemos sumar el afianzamiento de la izquierda como tercera fuerza nacional.

Con cierta distancia, el análisis de los resultados electorales y los sucesos posteriores nos permiten darnos el lujo de cierto optimismo, también en cuanto a la capacidad de respuesta desde el gobierno nacional.

Luego de los gruesos errores de cálculo que redundaron en el triunfalismo electoral de algunos sectores, el gobierno mostró capacidad de anticipación a lo que podría transformarse en una crisis de representación política -una separación radical entre las expectativas y preferencias ciudadanas y lo que el sistema político tiene para ofrecerle.

Puede hipotetizarse que, luego de la crisis de representación política de 2001 -que ya había mostrado sus signos en el voto “bronca” de las elecciones legislativas de ese año- nuestros representantes políticos aprendieron.

El inmediato recambio de ministros posterior a la elección constituyó una primera señal en ese sentido, aunque caótico e innecesariamente desprolijo. Pero cumplió su función: mostrar una rápida reacción. El cambio de “caras” estuvo acompañado con la apertura de las restricciones sanitarias, sumadas a diversas medidas económicas orientadas a diversos sectores -jubilación anticipada, aumento del salario mínimo, programa de formalización del personal de casas particulares, aumento del mínimo imponible de Ganancias, flexibilización de las exportaciones de la carne-.

Ambos gestos fueron importantes, el cambio de figuritas -que quizás cumple con cierta necesidad política primaria de encontrar “culpables” y castigarlos- y las nuevas señales económicas, traducidas en medidas de impacto inmediato.

Clientelismo y territorio

En noviembre se verá si dicha estrategia tendrá los efectos esperados. La supuesta existencia de un plan “platita” equivale a pensar que el electorado puede “cambiar su voto por plata”, una forma estereotipada y simplista de concebir las relaciones políticas, incluso si son consideradas clientelares. Ríos de tinta antropológica nos recuerdan que siempre se trata de vínculos de larga duración, que se retribuirán con lealtad política en algún momento. Es más productivo pensar las nuevas medidas como promesas electorales, señales a largo plazo. Posiblemente, el tiempo entre las PASO y las generales, sea demasiado exiguo para generar el cambio deseado.

El “territorio” ha vuelto a cobrar relevancia después de las PASO -tanto en el recambio de ministros como en la orientación de la campaña, ahora protagonizada por intendentes y gobernadores. No es una novedad, sino una confirmación de la tendencia de la territorialización de nuestro sistema político, en la que la agenda política municipal y provincial se expande en detrimento de los clivajes político-partidarios de nivel nacional. Los ciudadanos orientan su voto cada vez más según la evaluación de los titulares ejecutivos en cada nivel de gobierno.

Fue desde el territorio desde donde surgieron las demandas de cambios en la política económica. Y es posible que desde “fuera” del territorio hayan surgido las impugnaciones a las nuevas medidas por parte de ciertos sectores de la oposición, envalentonados por unos resultados electorales de elecciones intermedias interpretadas, quizás, de manera excesivamente favorable.

Un final abierto

No podemos anticiparnos a los resultados electorales, en un contexto por demás incierto. Pero sí, posiblemente podamos comprobar la salud de nuestro sistema representativo en un contexto inédito y trágico.

El Congreso Nacional -con un protagonismo en la escena pública que desde el “conflicto del campo” en 2008 parece no haber perdido- continuará siendo un escenario relevante de diferenciación política, tal como lo ha mostrado la reciente votación de la ley de etiquetado frontal.

Está por verse en qué medida el gobierno nacional cumplirá con la promesa encarnada en las políticas recientes y si se corporizarán en medidas de largo plazo. La consolidación de la principal oposición nacional hacia 2023 dependerá de cómo utilice su protagonismo legislativo -la amenaza de un Congreso paralizado no parece ser promisorio para propios ni ajenos- y de cómo pueda mantenerse “cerca” del territorio, donde ciertamente sigue guardando una importante desventaja.

*Investigadora CONICET/ Universidad Nacional de General Sarmiento