En los comicios presidenciales generales del domingo 22 de octubre, Sergio Massa (Unión por la Patria) resultó ser el candidato más votado con un 36,7% del apoyo, relegando a quien era concebido como favorito -Javier Milei- (La Libertad Avanza) a un segundo lugar con un 29,99% de los sufragios. Ahora, ambos contendientes deberán medirse en el balotaje a realizarse el 19 de noviembre próximo.

Este resultado generó gran sorpresa en diversos sectores que daban por sentado que Milei obtendría el primer lugar, al igual que había sucedido -inesperadamente- en las PASO. Los seguidores del líder libertario incluso se entusiasmaban con un segundo batacazo consecutivo y fogoneaban la hipótesis de una definición en primera vuelta a su favor. Cabe mencionar que las elecciones argentinas 2023 revisten caracteres únicos, sin antecedentes comparables: no sólo que es la primera vez que, tal como se mencionó en innumerables ocasiones, un oficialismo consigue el primer lugar en una elección presidencial, con un ministro de economía a la cabeza en el medio de una crisis económica de enormes proporciones con una inflación galopante y un dólar paralelo descontrolado, sino que se trata también de un caso único no registrado previamente (ni a nivel regional ni a nivel provincial), de una fuerza política que obtiene el tercer lugar en las primarias abiertas y luego consigue el primer puesto en la primera vuelta electoral, consagrándose como favorita.

Para entender los giros esquizoides y los virajes inesperados de la política argentina reciente, hay que comprender la complejidad que reviste la dinámica electoral en nuestro país, que se desenvuelve mediante un mismo proceso electoral dividido en tres fases (dos seguras y una contingente) diferenciadas, a saber: primarias abiertas (PASO), primera vuelta y eventual balotaje.

Efectivamente, hay que tener en cuenta aquí las características propias de las PASO argentinas, que tienen la particularidad de ser una elección obligatoria para el público amplio (es decir, para toda la ciudadanía, sin distinciones entre afiliados y no afiliados partidarios) y, al mismo tiempo, una elección no definitoria (o sea, no se resuelve ningún asunto concerniente a la cosa pública). 

Esto tiene como correlato, la planificación de estrategias específicas para esta ocasión, en una doble dirección: 1) por el lado de quienes compiten, 2) por el lado de quienes concurren a emitir su voto. Todo esto sobre la base de cálculos especulativos de los participantes, fundados en sus preferencias, expectativas y creencias, en un contexto de información asimétrica y limitada.

1) Por el lado de las decisiones de los actores políticos de cara a las PASO, como también se dijo explícitamente, UxP no sólo cuidó las boletas de Milei en el escrutinio, sino que directamente le habría armado las listas partidarias. Desde el oficialismo, se apostó a robustecer la figura de Milei, en tanto factor de división del sufragio opositor, en el entendido de que todos los votos nuevos del libertario se sustraían de la cosecha de Juntos por el Cambio. 

He ahí el primer error de cálculo: se partió del incontrastable hecho de que el driver del voto preponderante en el electorado era la búsqueda de cambio. Sin embargo, se pasó por alto que existía una diferencia sustancial entre la noción de cambio y la adhesión a Juntos por el Cambio.

Ya la idea de continuidad-cambio no era reductible al eje kirchnerismo- antikirchnerismo. Como habíamos advertido previamente (ver Gambeta a la grieta - Diagonales), la aparentemente sempiterna grieta entre kirchneristas y antikirchneristas había dejado de ser el principal eje organizador de la política argentina. Es decir, desde hacía un tiempo que un nutrido sector del electorado (particularmente juvenil) abogaba por un cambio, pero por un cambio de cuajo, que implicara dejar atrás a las dos grandes coaliciones que habían gobernado durante las últimas décadas sin haber dado respuestas a sus demandas y necesidades, generando una creciente insatisfacción y frustración con la clase política y con las instituciones representativas.

2) Por el lado de las estrategias de los electores de cara a las PASO, habíamos subrayado (ver PASO 2023 - Diagonales) que estos podían votar de determinada manera a sabiendas de que no era una elección definitoria, previendo sufragar de un modo distinto en esta instancia que en la “elección en serio”. En efecto, en las PASO 2023 habría habido lo que hemos dado en llamar un “voto estratégico molotov”: es decir, es posible que muchos de los individuos que pugnaban por un cambio radical respecto de todo lo existente, hayan considerado primero la opción de abstenerse, pero a última hora -e impulsados por el carácter compulsivo de la asistencia en las PASO- hayan optado por señalar a Milei (con el objeto de atestar el golpe más certero contra el sistema, de activar el explosivo más contundente contra la clase política), aunque con la decisión tomada de antemano de no votarlo en la “elección real”. Este tipo de voto estratégico -que aún quedaría por averiguar cuán gravitante ha sido- es compatible con el hecho de que las encuestas hayan previsto mayor abstención y menor apoyo para el libertario en esta instancia. De todas formas, es factible que –a la luz de los acontecimientos post PASO, que ahora mencionaremos- varios de estos votantes“molotov” hayan modificado su decisión inicial. 

De cualquier modo, el efecto colateral de todos esos movimientos estratégicos ha sido la contribución a la creación de un clima político determinado, que atizó la visibilización y centralidad de un fenómeno mórbido. En efecto, tras las PASO, Milei resultó ser el postulante individualmente más votado, proveniente del agrupamiento político más votado (aspecto magnificado y sobredimensionado a raíz del declive de las dos grandes coaliciones existentes). A partir de allí, emergió como ganador indiscutido, transformándose en el candidato del momentum, ocupando el centro de gravedad del sistema político, de la conversación mediática y de la discusión pública. El efecto distorsivo de las PASO generó que un contendiente que había sido votado tan sólo porel 20% del total de los empadronados (de los cuales, algunos ni siquiera lo consideraban su primera preferencia sincera), apareciera públicamente como el ganador cuasi inevitable de la elección presidencial venidera.

Las PASO constituyen un tóxico (en palabras del Turco Asís) y más que controvertido “simulacro electoral”. En este caso, permitieron otorgar materialidad y tangibilidad a un fenómeno previamente difícil de aprehender y de conmensurar. A partir de las PASO, un personaje excéntrico, emocionalmente inestable y casi caricaturesco pasó a verse como un candidato viable, con condiciones de elegibilidad. Tras las PASO los seguidores de aquel personaje dejaron de ser meramente un vago e indeterminado conjunto de individuos atomizados que interactuaban entre sí en las redes sociales para constituirse en un cuerpo de electores reales, identificables y cuantificables.

Paradójicamente, el resultado de las PASO (una instancia no definitoria en la que no se eligen cargos públicos y en la que los actores participantes adoptan comportamientos estratégicos como los anteriormente mencionados) fue lo que catapultó a Milei de cara a las elecciones generales. Fue a partir de allí que la Argentina acaparó las miradas de medios y analistas del mundo entero, que mostraban como un hecho casi inexorable el triunfo final de un candidato de extrema derecha autoritaria, inscripta dentro de una corriente internacional (representada por Trump, Bolsonaro, Abascal, Kast, entre otros).

Paralelamente, las PASO le otorgaron al candidato de LLA una centralidad y un halo de invencibilidad que, a su vez, derivaron en que su peligroso programa -que conjuga un retroceso en términos de derechos democráticos elementales, la pérdida de conquistas históricas, la reivindicación explícita de la última dictadura genocida en el país y la naturalización de prácticas agresivas, discriminatorias e insultantes hacia cualquier antagonista- fuera visto con buenos ojos por parte de sectores que otrora lo hubieran cuestionado de plano.

En este contexto, tras la instalación de una agenda pública situada tan a la derecha, de los tres candidatos presidenciales con chances, Massa (el postulante más derechista que el oficialismo había podido elegir) pasó a constituirse en la opción más moderada, dialoguista y digerible para un elector mínimamente comprometido con un ideario democrático. Patricia Bullrich, quien aún no se había podido recomponer de la áspera interna dentro de su espacio, adoptó como caballito de batalla su presunta capacidad y fortaleza para “terminar con el kirchnerismo de una vez y para siempre”, lo cual implicaba un absurdo empeño en hablar en una lengua muerta (en la que el kirchnerismo tenía poco significado y casi ningún significante) y una incomprensión respecto de las coordenadas por las que transcurría verdaderamente la política argentina actual.

A la inversa, Massa desarrolló una astuta estrategia, mediante la cual procuró mantener alejado a cualquier elemento kirchnerista contaminante, deshaciéndose prontamente del repertorio de canciones pasadas de moda. Así se propuso interpelar al votante que era proclive al cambio, aunque no a un cambio a cualquier precio, guardando las formas y la estampa de estadista y moderándose por anticipado, en un amplio y difuso llamado a la unidad nacional, perfilándose, así como la alternativa al indudable “mal mayor”. 

Esa estrategia, combinada con los desaciertos y limitaciones de Bullrich para dirigirse a un sector específico del electorado y el empecinamiento de los libertarios -sobregirados por su performance en las PASO y envalentonados por el apoyo de los nuevos amigos y aliados subidos prestamente al carro ganador- en mostrar su faceta más extrema y recalcitrante, habría conllevado a que muchos de quienes tenían pensado efectuar un voto útil a favor de Massa en la segunda vuelta, resolvieran directamente adelantar su decisión a los comicios generales. Es decir, en un contexto que adoptó ribetes bizarros y fantasmagóricos en un grado extremo (que incluyó, sobre el filo de la veda, polémicas declaraciones que tocaban fibras altamente sensibles para amplios sectores de la sociedad, en términos valóricos y religiosos), muchos electores optaron por utilizar en la elección de octubre, el “broche de oro en la nariz” (caro a la tradición francesa, cuna del sistema electoral de ballotage) que tenían reservado para los comicios de noviembre.

Esta vez, tanto el “voto vergonzante” como el volantazo de último minuto, imposible de ser detectado por los encuestadores, se habrían concentrado -a diferencia de lo ocurrido en las PASO- en Massa. En efecto, ante el insoportablemente hediondo y nauseabundo ambiente generado con estas tóxicas PASO, que se tornaba cada vez más asfixiante e irrespirable, muchos ciudadanos habrían resuelto activar el broche dorée en defensa propia, para frenar con un massazo lo que hubiera significado una estrepitosa derrota en el campo simbólico y en el plano de las ideas, justo en vísperas de la conmemoración del cuadragésimo aniversario de la recuperación democrática en la Argentina.

*Con la colaboración de Candela Grinstein y Rodrigo Díaz Esterio | Miembros del Grupo de Estudios sobre Cambio Institucional y Reforma Política en América Latina (GECIRPAL)