En las últimas semanas volvió a la agenda de debate político la disyuntiva relativa a la continuidad o suspensión de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias (PASO), para las elecciones nacionales de 2023. El presunto objetivo del oficialismo sería -como es imaginable respecto de cualquier alteración repentina de las reglas del juego electoral- incrementar sus posibilidades electorales y complicar a la oposición.  

Si bien no es la primera vez que dicho tema se problematiza, lo curioso de este caso es que han habido permanentes oscilaciones entre quienes han abogado por la continuidad de las PASO y quienes se han manifestado incrédulos respecto de su utilidad y necesidad. 

En una nota anterior por este mismo medio, dejamos en claro que, no obstante la incongruencia entre los resultados buscados con la implementación de las PASO y los resultados obtenidos con ella, una eventual suspensión de esta instancia tampoco sería una garantía de solución a los efectos no deseados (Hecha la ley (electoral), hecha la trampa (dirigencial) - Diagonales). 

Nuevamente, una vez más, a un año de la séptima elección nacional a realizarse bajo estas reglas, la disquisición filosófica se establece sobre estos vectores: ¿Sirven las PASO? ¿Servirían si realmente se las usara bien? ¿Qué es lo que falla cuando fallan? 

En esta ocasión, la mecha se encendió en las provincias: en Salta y San Juan se aprobó la suspensión de las primarias, en Catamarca y Chubut la cuestión ha sido calurosamente debatida y en el caso de La Rioja, el gobernador le planteó al ministro del interior la necesidad de suspenderlas ante la acuciante crisis económica que atraviesa el país. A partir de allí, se especuló con la posibilidad de que el impulso provincial terminara trasladando esa decisión a nivel nacional.  

En el oficialismo, no obstante, no hay una posición unificada al respecto. El diputado Leandro Santoro se manifestó en contra de la suspensión. La Cámpora, al igual que algunos gobernadores, se pronunció a favor. Y el presidente Alberto Fernández no descartó la opción de debatir la cuestión (a pesar de que el año pasado bregaba por una gran primaria del FdT de cara a 2023). Esto ratificaría la -más que obvia- existencia de intereses divergentes y contrapuestos al interior de la coalición de gobierno, donde las PASO no son la excepción. 

Las voces más sonoras que se alzan en contra de la suspensión provienen, como era de esperarse, de la oposición. En efecto, se sostiene que JxC requiere de las PASO para ordenar la interna presidencial de 2023, dada la dispersión de candidaturas existente. En ese sentido, se esgrime que las PASO son necesarias para dirimir liderazgos en la coalición opositora (una coalición que, a todo esto, no se sabe si existirá como tal o no el año que viene). Efectivamente, la tensión entre el PRO y la UCR -cuyos bloques votan divididos cada vez más seguido- ha ido escalando de modo acelerado y ha tenido como frutilla del postre el entredicho entre Manes y sus propios correligionarios.

En relación con la contraposición argumental respecto de las ventajas y desventajas de este instrumento, el debate sigue siendo el mismo que se planteó cuando se sugirió por primera vez suspender las PASO de forma circunstancial. Un debate que se ha establecido, recurrentemente, de modo entreverado, dentro del cual los argumentos estructurales (relativos al diseño de la norma, sus incentivos y sus efectos) han quedado supeditados a los coyunturales (relacionados con los costos y las prioridades políticas del momento). Dentro de este último tipo de argumentos, aquellos favorables a la suspensión de las PASO radican básicamente en el elevado gasto que supone realizarlas y en el poco “uso” que se ha hecho de ellas. Mientras que la posición que aboga por su mantenimiento apunta principalmente a la importancia de la previsibilidad de las normas y a la inconveniencia de alterar las reglas de juego antes de cada acontecimiento electoral. 

Efectivamente, cuando se mide el pulso de la opinión pública respecto a esta cuestión, el interrogante que se plantea es si se apoya o no la suspensión de las PASO para la próxima elección y no si se considera que la regla en sí misma contribuye o no a lograr los objetivos de democratización, representación y equidad, originariamente pautados. En consecuencia, el debate sobre la utilidad y funcionalidad de las PASO termina quedando inevitablemente subsumido a la cuestión más macro de la conveniencia o inconveniencia puntual de continuar con la utilización de la regla o deshacerse de ella. 

Luego de cada elección se efectúa el mismo balance: se dice que se ha hecho poco “uso” de las PASO y que, por ende, estas no cumplen su propósito democratizador. A esto se replica que la no implementación real de las PASO no es un indicador de su ausencia de utilidad potencial al tiempo que el sistema prevé la posibilidad de candidaturas/listas de unidad, como producto de acuerdos entre los sectores internos. 

Por empezar, el concepto de “uso”, de por sí, es problemático en este contexto. Las PASO no se “usan”, las PASO se transitan. Los agrupamientos están obligados a comparecer en ellas, con al menos una boleta propia. El primer problema emerge cuando se parangona la idea de “uso de las PASO” con la de mera presentación de competencia de candidaturas. Y se agrava cuando se considera que de este modo se logra la tan ansiada democratización partidaria. Efectivamente, las primarias abiertas, como método, se establecen con el objeto de resolver las disputas dentro de una agrupación determinada a través de una competencia abierta de candidaturas alternativas. Esto supone, no solo que exista más de un postulante interno, sino que en esta instancia se resuelva lo que, en otro contexto, se determinaría a través del dedazo o acudiendo a la movilización de punteros y aparatos. Las primarias abiertas como norma (las PASO) surgen en el entendido de que son más las agrupaciones que se rigen por prácticas sesgadas y poco democráticas que aquellas que pueden llegar a acuerdos de unidad con participación (o al menos consenso) de las bases. 

Al no estar correctamente establecida la crítica, es fácilmente comprensible la réplica. Se ha dicho, metafóricamente, que el hecho de que no se ocupe el calabozo de una comisaría un fin de semana no significa que no cumpla ninguna función ni que sea necesario cerrarlo. De todos modos, siguiendo con la analogía, lo primero que habría que determinar es si el calabozo se ocupa con quienes efectivamente debería ocuparse y, al mismo tiempo, si quienes deberían estar en el calabozo, están allí o siguen alegremente sueltos. En otras palabras, mientras que lo único que se evalúe sea la existencia de competencia (a secas), seguirá habiendo contendientes que establezcan una mera competencia formal para ser condecorados como “actores políticos democráticos”. Al tiempo que, por otros lares, seguirá primando un dedazo –que, hasta que no se comprenda lo expuesto más arriba- puede llegar a ser postulado como gestor de la unidad intrapartidaria. 

En suma, es cierto que las PASO no han contribuido a la democratización partidaria. Pero eso no se mide solamente por la presencia o no de competencia interna. La ausencia de un efecto democratizador se observa, principalmente, en el hecho de que las entidades que compiten en ellas no son partidos políticos anteriormente concebidos como poco democráticos a los que se convoca a dirimir sus disputas internas de un modo abierto, inclusivo y democrático. Por el contrario, la mayor parte de las agrupaciones participantes de las PASO han sido alianzas transitorias creadas para la ocasión (el 85% de las cuales compitió sólo en una o dos elecciones y el 60% ya se disolvió formalmente), ajustadas a la propia normativa, que no proporciona incentivos para que estas se conviertan en confederaciones de partidos con un estatuto común y una perspectiva de continuidad y actuación conjunta. En este punto, es fundamental entender que resulta poco relevante que se otorguen oportunidades para la competencia ocasional a sectores internos minoritarios, si al mismo tiempo no se incentiva que esos sectores permanezcan dentro de sus agrupamientos, ni se procura evitar que estos agrupamientos se desmiembren o se diluyan una vez finalizado el ciclo electoral.  

Pese a ello, un año atrás, muchos vitoreaban que ahora sí, finalmente, se habían conformado dos coaliciones amplias, portadoras de proyectos políticos claramente diferenciados, que estaban adquiriendo arraigo popular y estabilidad temporal (en tanto Cambiemos/JxC sigue en pie desde 2015 y el FdT es un resultado esperable del comportamiento histórico del peronismo). En su momento, aquí (PASO 2021: reflexiones a diez años del debut de esta normativa - Diagonales) les contestamos, por un lado, que era demasiado pronto para tanta contundencia y, por otro, que eran demasiado distintas para tanta algarabía.  

Un año después se está discutiendo si la vigencia de la normativa electoral es lo que permitirá mantener o no con vida a aquellos arreglos partidarios atados con alambres. Claramente, las PASO no parieron organizaciones más representativas y democráticas, pero tampoco es la suspensión de estas lo que resolverá mágicamente los déficits observables.  

Por otro lado, también se argumenta que, sin las PASO, podrían remerger “microemprendimientos electorales” que no llegaran al umbral legal del 1,5% de los votos válidamente emitidos. Sin embargo, lo cierto es que, desde que rigen las PASO, la cantidad de partidos no solo no se redujo, sino que directamente se incrementó (en 12 años, se pasó de 659 a 708 fuerzas en el plano nacional y de 38 a 45 a nivel de distrito). Estos partidos minúsculos se han ido anexando a las principales agrupaciones que compiten, tornándolas crecientemente más amplias, más difusas y más heterogéneas. 

A esto se agrega que la dificultad para comprender el sentido originario de las PASO y sus falencias reales ha conducido a potenciar la incertidumbre y la zozobra, generando imprevisibilidad y estrés a la sociedad en general, como pudo observarse luego de las PASO en 2019 y 2021. 

Para finalizar, recalcamos que en lugar de discutir la suspensión o no de las PASO y los intereses ocultos de quienes defienden una posición o la otra, es imperioso comprender las razones por las cuales, elección tras elección, los resultados obtenidos no se ajustan a las pretensiones originarias. Es decir, hasta que no quede claro qué falla cuando fallan las PASO, resurgirá ad infinitum un reiterado y fatigante debate, alejado de las prioridades de la ciudadanía, que seguirá girando sobre los mismos ejes, dejando intactas las falencias estructurales del sistema en su conjunto.

*Con la colaboración de la Dra. Romina Brúculo, la Lic. Carolina Pérez Roux y el Lic. Rodrigo Díaz Esterio | Miembros del Grupo de Estudios sobre Cambio Institucional y Reforma Política en América Latina (GECIRPAL)